De "La Primera Anunciación"
Déjame cambiar tu destino virgen,
Niña esclava de José,
Déjame matarte esta noche entre tanta desgracia,
Aquí conmigo,
Dentro de Ti
E iniciando una plegaria
Por tu hijo muerto.
No bajes la vista.
No llores, María.
Mírame.
Te haré morir para cambiarlo todo.
Déjame mostrarte un reino distinto
En el que seas Tú, María la madre de mis hijos
Y le digan todos:
Esposa de José el carpintero.
Déjame,
Déjame arrebatar tu vida a ese extraño Señor.
Siente, María, niña esclava de Nazareth,
Cómo el amor de este hombre viejo toca tu cuerpo.
No temas a los latidos entre tus piernas,
O a tus pezones como piedra.
Tampoco a tu desordenada respiración
O a la humedad de tu sexo
Que recibe tembloroso
Mi mano izquierda
Mientras con la otra te toco y acaricio la cara
Despidiendo hasta la última facción de niña.
Tu boca que no sabe besar ha probado ya de la mía
Y te has recostado para recibirme
A mí, a tu marido: José.
Siente ahora entre tus piernas el abismo
Que no cae sino en tu boca,
Que no cae sino en el mismo vientre en el que llevas
Al hijo del señor
Agonizando ahora
Por la fuerza de mi amor
Que te hace mortal entre las mujeres.
Siente el amor de este anciano de noventa y ocho años
Que ahora se aferra a un hato de tus cabellos negros
Con la fuerza y la salud
Que le dio el señor
Para ser el padre de su hijo.
Recíbeme en la muerte de tu destino virgen
En este, tu nuevo bautismo
En el que recibes la vida,
El placer
Y matamos juntos al hijo,
Al Salvador.
Fragmentos de "La primera anunciación" (Ajos y Zafiros, 2006)
© Cecilia Podestá
0 comentarios